EL DIARIO comparte con sus lectores una sucesión de notas y textos escritos por personalidades que descollaron en el panorama literario de la provincia durante el siglo XX. Esta iniciativa pretende, además, ser un homenaje y reconocimiento a esos nombres que aportaron con su talento, sensibilidad y compromiso, a consolidar el prestigio de las letras de la provincia y lo hicieron a través de EL DIARIO.
Por aquellos años en que, tierno y todo, salí a rodar tierra, con viático hechicero de oro de sal y plata de luna, como dijera el gran portugués Guerra Junqueiro, el sumo prestigio de la artesanía de Gualeguay, mi ciudad natal, se cifraba en la gala de la talabartería criolla, industria que contaba con verdaderos artífices, en eso de trenzar fino y de convertir en lujo el cuero crudo. Pero ya entre los rumorosos coros de las serenatas o tras el recogimiento de algunas sesiones íntimas de guitarra, gloria de Honorio Hernández y de Miguel Godoy, de que aún puede dar testimonio la persona grave y afectuosa de don Laureano García, comenzaba a escucharse tímidamente el nombre de Ángel Nigro, mozo del pueblo, curioso en el trabajo de la madera, que se estaba aficionando a la construcción de guitarras. Principio quieren las cosas, sanciona el juicio popular.
A la vuelta de algunos años y a poco de llegar a esta capital de Entre Ríos, se me dio la ocasión de ir a curiosear los stands de la primera exposición industrial de la provincia, organizada por la Asociación Industrial Paraná y por iniciativa de su entonces presidente, don Antonio Cid. La tierra tira y, por cierto, enderecé muy pronto para la sección correspondiente al departamento Gualeguay, donde no tardé en ver lucir dos primorosas guitarras, condecoradas con un premio por el jurado de la exposición. Eran obras de Ángel Nigro, es claro. Y ya me entregué al recuerdo olvidado de los tiempos de Honorio Hernández, de Miguel Godoy, de don Laureano García, criollos de mi pago, gustadores todos de la buena música de vihuela y verdaderos virtuosos en su ejecución.
Esto era allá por 1928, hace más de tres lustros, y ya era bien evidente el progreso alcanzado por Nigro en la técnica de construcción de guitarras. Pero yo sólo volví a verme con él hace unos días, después de añares, como dice el paisano, y esta vuelta en Paraná, a donde llegó el hombre trayendo la expresión más reciente de su madura y cabal artesanía.
Cuatro guitarras como cuatro joyas, vibrantes y melodiosas despertaron de sendos estuches y, sucesivamente, fueron desgranándose en notas de una pureza y una calidad excepcional de sonido. Parecía que todos los pájaros cantores de la selva montielera se habían dado cita de contrapunto y competencia en aquellas cajas armónicas, llegadas desde el corazón de la provincia y derramadas en nuestros oídos, hasta el alma, en la suprema elocuencia del lirismo del pago natal. (…)
Si al verlas así, tan ciertas –como adjetiva el lenguaje técnico de los guitarristas– y tan generosas en su clara resonancia, no podíamos menos de recordar que alguna vez imaginamos el perfil de nuestra provincia estilizado en la caja de una vihuela y hasta inclinado en las rodillas de la patria, como se entrega la guitarra recóndita al fervor de las manos que la pulsan dignamente. ¿Cómo no salir de Entre Ríos, entonces, del mismo corazón de Entre Ríos, vihuelas de tan pura vibración?
–¿Cómo llegó usted a lograr esto?– le preguntamos a Nigro.
–Con la experiencia de treinta años de artesanía –nos contesta–. Y con la incesante paciencia de ir indagando sus secretos más minuciosos a la acústica de las maderas en su estructura armónica. Trabajo solo y únicamente yo intervengo en la ejecución de cada pieza y de todo el instrumento, desde la selección de las maderas hasta el lustre final. Y usted comprenderá que yo también tengo en esto mis secretos que no puedo divulgar.
Nos acordamos entonces de aquel notable artesano que describe Payró en Violines y toneles, el bueno de maese Archet, que se pasaba sentado en su taller, desde el uno hasta el otro crepúsculo, todos los días de trabajo.
Así lo imaginamos también a Ángel Nigro en Gualeguay, allá en el corazón de la provincia, como otro maese Archet, paciente y amoroso, entregado a la tarea de construir estas guitarras vibrantes y dulces, verdaderas obras maestras, que me honran y me halagan al reconocerlas paisanas mías.
Fue don Honorio Hernández, el virtuoso ejecutante criollo de guitarra, según me refiere el propio Nigro, quien lo estimuló desde sus primeros pasos en su vocación de constructor de vihuelas, hace de esto ya más de treinta años, orientándolo generosamente con su consejo y sus observaciones. Está bien recordar al noble amigo desaparecido, ahora que el arte de Nigro ha alcanzado la madurez y calidad que revelan sus obras.
–¡Lástima, don Honorio, no estar usted por estos pagos todavía, para que se diera el gusto de pulsar esta excelente guitarra de concierto, firmada por Ángel Nigro, y para que nos diera a todos el gustazo de ver renovadas sus notables dotes de ejecutante! Pero lo mismo su nombre se asocia a este triunfo que constituyen para Gualeguay las guitarras de Ángel Nigro, que se vuelven ponderación de nuestro pueblo en la boca de todos los hombres que saben pulsar con dignidad una vihuela.
(Publicado en 1944)
Vida y obra
Amaro Villanueva nació en Gualeguay, el 13 de septiembre de 1900 y falleció en Buenos Aires, el 5 de agosto de 1969. Fue poeta, narrador, ensayista, periodista y fundador de la Academia Porteña del Lunfardo.
Estudió en su ciudad natal hasta recibirse de Maestro, en 1920, época en que se conoce con Juan L. Ortiz en la Biblioteca Popular “Bartolomé Mitre”.
Luego dejó cumplido el Bachillerato para poder inscribirse en Medicina, en Rosario, adonde se trasladó en 1922. Pero después de uno o dos años dejó esos estudios y más tarde se mudó a Paraná, donde se empleó en Vialidad Nacional y continuó el periodismo que ya ejercía en Rosario.
Ejerció la docencia y fue promotor y activista en el Círculo de Periodistas de Paraná.
En colaboración con Julio Meirama tradujo al poeta turco Nazim Hikmet.
Entre su obra se cuentan los estudios relativos al mate –infusión popular rioplatense–, su campo semántico, las particularidades botánicas y los secretos del cebar. Asimismo un estudio sobre el Martín Fierro de José Hernández. Dirigió la página cultural de EL DIARIO, colaborando con diversos medios periodísticos nacionales como La Nación, El Litoral (de Santa Fe), La Capital (de Rosario), entre otros.
Su preocupación literaria giró en torno al sentir tradicional de los sectores populares argentinos. En su militancia comunista no estuvo exento de incomprensiones y desprecios como los que describe José María Aricó, quien lo define como “un ensayista sagaz y excepcionalmente perceptivo de los fenómenos del mundo popular subalterno”.
Según los críticos actuales, fue un intelectual dotado para la investigación crítica, tanto en materia folclórica como en cuestiones literarias o asuntos lingüísticos.
La Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos editó en 2010 su obra completa, en un trabajo que cuenta con la dirección científica de Sergio Delgado, especialista en el tema, y consta de tres volúmenes, fruto de la investigación realizada en hemerotecas, bibliotecas públicas y privadas, y que incluyen estudios culturales y crítica literaria, literatura nacional, estudios-ensayos históricos y políticos, obra literaria propia (ensayos, poesías, crónicas) y lunfardo.
Entre su obra puede citarse Versos para la oreja, Son sonetos, La mano y otros cuentos, El mate, El problema de la tierra en los pueblos americanos, El lenguaje del mate, Psicología del matero, El ombú y la civilización y Crítica y pico. El sentido esencial del Martín Fierro.
Sermón a Fray Mocho
Mocho, pecador hermano, tu fama es de las de atar,
Va rodando por el mundo como cosa de la vida,
Dele chacota y bolazo, muy de cogulla caída
Y con labios frecuentados de vino y habla vulgar.
De convento a conventillo te sabes equivocar.
Del guasaje del suburbio tu guitarra es la bebida.
Con mucamas y chinitas andas el alma perdida
Y viven muertos de risa quienes te oyen platicar.
Mocho, pecador hermano: ni ayunas ni vas a misa.
Tu vida, que ya es vidorria, no es camino de hombre santo.
Ve que estás bajo la cruz, que no es de jugarle risa;
Que eres, pecador hermano, fraile pero no juglar,
Y que el cielo no es tan gaucho, para caer, hecho un encanto
Con que, por ser de los Santos, es el cielo tu lugar.
Calle
(Para Evaristo Carriego, el cantor del arrabal)
Voy buscando una calle que se duerma temprano,
Donde el otoño quede solo desde el ocaso
Y la luna y los ebrios de sinuoso paso
Se delaten con agrio ladrido suburbano.
Una calle apartada que florezca el verano
De esquinas con muchachas y entorne con su abrazo
La resuelta pareja por quien el mate guaso
Del chisme comadreado ruede de mano en mano.
Calle que tenga ranchos con patios como estancia,
Con dejados jardines de terrosa fragancia,
Comadres, una tísica y, si es posible, un ciego.
Una calle que nunca salga del arrabal,
Que comience en cortada y acabe en un yuyal:
Para ponerle el nombre de Evaristo Carriego.
Amaro Villanueva