Cultura: TEXTOS MEMORABLES. Crónicas de la ciudad de antes
En un esfuerzo ponderable, la Editorial de la UNER presentó las Obras Completas de Amaro Villanueva. El trabajo, en tres volúmenes y magnífica edición, contiene una serie de crónicas del renombrado intelectual entrerriano que se publicaron en periódicos del país. El texto de esta nota, titulado En memoria del desocupado, fue publicado originalmente el 20 de diciembre de 1942 en El Litoral, de Santa Fe. |
La noche es de luna, de luna crecida, y el río, bajo su pálida influencia de plata, toma, como diría Baudelaire, “las proporciones de la inmortalidad”.
Hemos vuelto al Parque Urquiza. Y no debe extrañar la cita literaria. Porque venimos en un grupo del que forma parte el poeta Manuel Portela, que visita la ciudad, de paso para Gualeguaychú. Lo acompañan su rubia esposa y su inquieto primogénito.
—Mi mejor soneto —me dice Portela, señalando los cuatro años vivarachísimos de su lindo muchacho.
—¿Y la rubia? —le pregunto—. ¿Su señora?
—¡Ah, che! Mi mejor égloga...
Venimos siguiendo el curso del río, caminando por la amplia vereda de la costanera baja, llamada avenida Miguel Laurencena. Hemos dejado atrás la Bajada de Izaguirre, que desemboca, adoquinada, en el asfalto de la costanera baja, viniendo del Parque. Por ahí se sube al Parque, también, y a la costanera media. Era una antigua calle de carros, que daba acceso, por la barranca, a los hornos de cal de Izaguirre. De ahí su nombre.
Dejamos atrás el edificio del Rowing Club, que se ve lleno de luces, de música, de terrazas superpuestas, ahítas de público que bebe y danza. Que se ve lleno de alegría estival, bajo la noche de luna.
Pasan los automóviles, pasan los ómnibus, “sombras que vienen y van”. La balaustrada de la costanera está animada, por todo el tiro, de guirnaldas de muchachas, como un friso griego.
—¡Cómo ha cambiado todo esto, desde que lo conocí por vez primera! —dice Portela—. En su zona ribereña, el Parque se ha embellecido muchísimo con esta avenida costanera. Cuando lo conocí, las obras de urbanización apenas si alcanzaban a esta altura...
Señala hacia arriba, hacia el domesticado filo de las barrancas, donde se ve el mástil, obra del escultor Perlotti, donado a la ciudad por el extinto don Alberto Marangunich, cuya memoria no sólo está vinculada al Parque Urquiza por ese mástil, según expresa uno del grupo.
—¿Quién es Marangunich? —pregunta Portela.
—Era un fuerte comerciante de esta plaza —contesta alguien—. Llegó aquí muy joven, emigrado de Yugoslavia. Trabajador, emprendedor y de mucha iniciativa, con el tiempo vino a convertirse en uno de los principales hombres de negocios de Paraná.
La conversación nos lleva a unos diez años atrás, cuando otro gran período de crisis económica, como el que ahora atravesamos, hizo de esta ciudad un verdadero nido de desocupados que venían de todas partes de la provincia y de todas partes del mundo, porque entre esos linyeras había grandísimo número de extranjeros, de las más diversas nacionalidades. Por las calles desfilaban en tropel hombres rubios y jóvenes, mal vestidos, mendigando. Muchos de ellos habían cavado sus habitaciones en las barrancas inmediatas al Parque, donde el criollaje tenía sus ranchos de lata, de tablas y paja. Entonces se constituyó entre el vecindario acaudalado una “Comisión de Ayuda a los Desocupados”, por iniciativa de don Alberto Marangunich, a quien se le confió la presidencia. Pero eran tantos los desocupados extranjeros, venidos quién sabe de cuántos lugares del país, que en los trabajos que se emprendían para darles algún escaso jornal, apenas si encontraban ocupación los desocupados hijos de la ciudad.
CLARIDAD. Evidentemente: la época está pintada clarita. Y se la comprende mejor, a más de diez años de distancia, porque ahora tenemos otra vez desocupados y comisiones de ayuda.
—Bueno —me dice el que había hablado primero—. La comisión que presidía Marangunich comenzó dando trabajo en el levantamiento de los rieles del antiguo tranvía a caballo. Luego encaró otros trabajos. Y después, no sabiendo cómo dar aplicación a esa barata mano de obra, inició un plan de arreglo del Parque Urquiza, que entonces se encontraba, como escribió Gudiño Kramer a su amiga de ojos verdes, “abandonado en sus almenas de castillo parvenú”, con malos jardines y las isletas de añosos árboles que circundaban el monumento a Urquiza. Los trabajos comenzaron por la barranca que queda a espaldas del monumento. Los pocos criollos y los muchos grébanos de don Alberto empezaron a pulir la parte alta de la barranca y a adosarle tepes o ladrillos de césped. Plantaron árboles, limpiaron los caminos existentes, abrieron algunos otros, iniciaron la reparación y modernización de las antiguas “almenas”.
—¿De modo que así tuvo origen la urbanización del Parque?
—Exactamente. Entonces se hallaba al frente de la comuna de Paraná don Francisco Bertozzi, hombre emprendedor, práctico, de iniciativa, que aunque había recibido la Municipalidad en estado de completa bancarrota financiera, la puso al día y sacó plata hasta de abajo de las piedras, para modernizar la ciudad. El hombre, para no decir el intendente por antonomasia, comprendió enseguida que no era cosa de agarrar el Parque a lo que saliera y de a cachitos. Hizo venir de Buenos Aires un técnico en urbanización y trazado de paseos públicos y le encomendó el proyecto de modernización y ampliación del Parque Urquiza. Enseguida se continuó la obra, que cualquier día llegará hasta Puerto Nuevo. Se obtuvo del gobierno nacional la construcción de la avenida Costanera y el refulado de los terrenos inundables inmediatos a Puerto Viejo. Más tarde se abrieron, por entre las barrancas, las curvas rampas de acceso al atracadero de la balsa, por las calles Santa Fe y Buenos Aires. De este modo le nació a Paraná uno de los paseos públicos más hermosos del país.
—De este modo... ¿Quiere decir usted que también a los desocupados les corresponde algún mérito u honor en la materialización de tan magnífica obra?
—Usted lo ha dicho. A esos desocupados de 1930 ó 1932 les corresponde el mérito de haber contribuido a la materialización de esta magnífica obra con su jornal escaso y su numerosa mano de obra. Además, la casualidad, el destino o como ustedes quieran llamarle, tomó a esos hombres, que constituían un motivo de preocupación pública, como resorte de inspiración para sugerir la posibilidad de emprender tan hermoso trabajo, que hoy representa la gala y el prestigio de la capital de Entre Ríos.
POESÍA Y FILOSOFÍA.
—Con un poco de poesía y otro de filosofía —interviene Portela— puede decirse, entonces, que en este hermoso y gran paseo tenemos el ejemplo del jornal mísero y del trabajo accidental fructificado en dignidad permanente y creciente belleza de la ciudad. Es decir: lo efímero, lo pasajero, lo inestable, creando el milagro permanente, la obra perdurable, la gracia constante.
Ya nadie se acuerda, en verdad, de aquellos linyeras que se refugiaban en cuevas cavadas en la barranca, como el hombre primitivo; ni de los antiguos ranchos de lata, tabla y paja, que colgaban de los ribazos como nidos de cóndores, “con el brazo extendido hacia el vacío” —hacia la miseria, la desesperanza y la muerte— como acusaciones de injusticia y desigualdad social. Ya nadie recuerda nada de eso. El Parque es obra de tal. Quién sabe qué se hicieron los pocos criollos y los muchos grébanos. Hoy el Parque Urquiza es el lujo y el esplendor de la ciudad.
Nadie sabe que todo este encanto, este monumento inmenso de verdor, de color, de rosas, de mármoles, de cemento, de asfalto conservará por siempre la memoria de los desocupados. Que es también un poco a su modo, el monumento al desocupado desconocido.
Hoy volvemos a tener desocupación y comisiones de ayuda. ¿Qué obra duradera nos dejará el desocupado de 1942, de 1943?... ¿Qué gran empresa inspirará y de qué gran empresa será el obrero?
En ese momento, con las palabras de Mistral en Mireya, Portela dice a su esposa, sonriendo a alguna malicia:
–Hablad más quedo, labios míos, que los zorzales tienen oídos...
El autor
Amaro Villanueva nació en Gualeguay en 1900. En 1927 se radicó en Paraná, donde residió casi 30 años. En 1956 se trasladó a Buenos Aires, donde vivió hasta 1969, año de su fallecimiento. A pesar de los distintos reconocimientos que obtuvo, más bien episódicos y generalmente signados por el malentendido, su obra nunca fue situada en el lugar que merecía. Sus libros aparecieron la mayor de las veces en pequeñas ediciones que nunca volvieron a reeditarse. Ahora se descubren, con una unidad admirable, en las casi tres mil páginas que presenta la edición de su Obra Completa publicada por la Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos.