Flor de pueblo
[Palabras pronunciadas por Guillermo Mondejar en la presentación de Amaro Villanueva, obras completas en la Tercera Feria del Libro de Concordia]
El nombre de Amaro Villanueva no es de los primeros que reluce en la historia de nuestra literatura.
Quizás su único acto “para hacerse notar” haya sido nacer junto con el siglo XX, en 1900.
Villanueva era una persona discreta. No cultivó su imagen de autor. Más bien asumió una responsabilidad.
Así definió su actividad de escritor:
“Para mí, el ejercicio de la palabra escrita, verseada o prosaica, implica un servicio público, como el de gobernar, legislar, administrar justicia, cultivar los campos, faenar las reses, conducir ómnibus o aviones, barrer las calles”.
Valora al autor “multánime” (según su calificación): el pueblo. Sujeto y término tan maltratado, el pueblo como la principal fuente de conocimiento y con quien se siente comprometido en su tarea. Él estima que si hay un logro en su obra el reconocimiento no le pertenece.
Así lo explicita al finalizar el prólogo a su primera edición de El mate, diciéndonos:
“Espero que [este libro] sea reconocido como la obra consecuente del pueblo, que es el generoso en materiales y el verdadero mantenedor de la tradición espiritual del país. Si no alcanza a merecer tal reconocimiento, téngaseme por su autor”.
Pero no es en esta discreción que encontraremos la causa de que su obra resulte hasta hoy casi secreta, oculta o desconocida. La causa de este olvido, uno más de nuestros olvidos, responde más bien, como lo dice en la introducción Sergio Delgado –director de la obra–, con “aquella parte de nuestra cultura gobernada desde hace siglos por la facilidad y el desgano”.
Hay una pregunta, que no pretendo responder ahora, una pregunta que me gustaría llevemos en nuestras cabezas cuando salgamos de aquí, cuando recorramos esta magnífica feria del libro de Concordia que hoy inauguramos, ¿por qué mandamos a dormir tantos años a tantos textos, a tantas palabras?
Pero mantengamos el ejemplo de Amaro, a quien, como leemos también en la introducción de Delgado:
“la desesperanza nunca lo dominó y todos sus escritos, incluso los más apesadumbrados, están marcados siempre por un optimismo indeclinable. Un optimismo que forma parte de ese ‘bien’ que sólo los elegidos pueden vislumbrar y hacer materia literaria. Y no por autocomplacencia o desapego, sino por una profunda fe en las posibilidades del prójimo y de lo próximo, más precisamente, del ‘pueblo’ o ‘lo popular’”.
Y nada más optimista y oportuno que este año se realice un homenaje a Villanueva, nada más oportuno que estas palabras mandadas a dormir, empiecen a despertar en la edición de las obras completas este año 2010, nada más oportuno (y nada menos oportunista) que este año del bicentenario de la Revolución de Mayo para homenajear a Villanueva.
Villanueva es un guardián del pensamiento de mayo. Su ideal de la democracia tiene en mayo su principios fundadores. Mayo no en tanto símbolo, sino como programa inconcluso, abandonado. Mayo, la nacionalidad como responsabilidad. Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, visitarán, invitados con pasión, las páginas de Villanueva.
Tanto en sus escritos ensayísticos, como en los literarios, será recurrente una cita de Echeverría. Ahora la leeré de una crónica de Villanueva escrita en 1945. En una tertulia invernal de un grupo de amigos, uno de ellos interviene:
“—Eso está muy bien dicho en el dogma de la Asociación de Mayo (cita a Echeverría): 'Nuestro punto de arranque y de reunión será la democracia. Toda la labor inteligente y material deberá encaminarse a fundar el imperio de la democracia. Política que tenga otra mira, no la queremos. Filosofía que no coopere a su desarrollo, la desechamos. Religión que no la sancione y la predique, no es la nuestra. Arte que no se anime en su espíritu y no sea la expresión de la vida del individuo y de la sociedad, será infecundo. Ciencia que no la ilumine, inoportuna. Industria que no tienda a emancipar las masas y elevarlas a la igualdad, sino a concentrar la riqueza en pocas manos, la abominamos'. (Y remata el tertuliano esta frase de Echeverría):
Ésta era, señores, la profesión de fe política de aquella ilustre generación de jóvenes argentinos de hace un siglo.
[Y otro le contesta]:
—Indudablemente, cuando vuelve los ojos al pasado, uno comprende que estamos como al principio… a pesar de todo el progreso material alcanzado por el país.”
Y ahí estamos también en el 2010, a 200 años, como al principio. Pero Amaro no sólo pensaba estas cosas, era un militante de palabra y de acción. Y así, nos llevamos otras palabras en la cabeza: ¡Cuán vigentes y cuán olvidados están los principios revolucionarios de mayo!
Ante un evento cualquiera tenemos a flor de boca el grito repetido del nombre de nuestro país (ARGENTINA, ARGENTINA, ¿significante vacío? O vaciado, mejor. Hacemos ostentación de nuestros símbolos nacionales (vengo de Paraná, donde tenemos el mástil más alto, la bandera más grande)… pero… pero puede pasar desapercibida la vida de un hombre entregada por completo a indagar, a trabajar sin descanso en la búsqueda de la expresión nacional. Esta lucha firme, esta paciente indagación de la “argentinidad”, sin necesidad de nombrarla (como bien señala Juan José Manauta en el prólogo de estas obras), no ha merecido un espacio destacado en nuestra memoria.
Acuden aquí los recuerdos de niñez de Arnaldo Calveyra, contados en su Novela Argentina:
“durante mi infancia nunca empleábamos ni en nuestra casa ni en la escuela ni en ningún otro lugar el término Argentina ya que nadie lo necesitaba por obvio, por inscripto en cada uno de nuestros silencios o palabras y puesto que Argentina y argentinos éramos nosotros, nuestro cuerpo, nuestros deseos de corretear y de encaramarnos a los árboles”.
Esta inscripción nacional, este abrevar en las raíces es lo que hace crecer un árbol en el cual encaramarse, es esta savia la que sostiene los cincuenta años de trabajo de Villanueva.
Por todo esto sentimos con orgullo, y si es posible con la misma discreción suya, que esta edición de las obras completas de Amaro Villanueva es un acto de justicia.
Durante tres años y pico trabajamos en la reunión del material, entre textos dispersos, en bibliotecas, hemerotecas, públicas, populares y privadas, unos textos encontrados al resguardo en muebles apropiados en una sala de la Biblioteca Nacional y otros perdidos en el fondo de algún armario, sucios, rotos y hasta en paquetes de papeles atados con hilo sisal. Y en esos textos empezaba a vislumbrarse la primera lección del maestro, el calificativo que encontró Manauta para definirlo, la primera lección: el trabajo de archivo.
Villanueva durante toda su vida reunió con paciencia, constancia y método: frases, palabras, ideas surgidas del registro oral, y también del escrito. Lo asistían biromes, lápices de colores y fichas de cartulina; más tarde una máquina de escribir (para sus primeros libros dependía de conseguirla de prestado), con esos elementos realizó un monumental trabajo de rescate cultural. Hoy, en el siglo XXI, en la maraña de las más sofisticadas tecnologías, sus textos andaban entreverados, olvidados, dispersos… metáfora precisa de nuestra desmemoria.
Los registros de sus fichas datan de su primera juventud y convocan recuerdos familiares de su infancia en los campos aledaños a Gualeguay; y estos registros llegan, lo que resultó emocionante al tener esas fichas en nuestras manos, llegan a pocos días antes de su muerte. Una de las fichas rescata una frase popular en torno al mate: “Lavate y vamos p’al pueblo”. Y acota enseguida: “Oído a la señora Ana Domesi, enfermera en casa, 12 de abril de 1969”. El 5 de agosto de ese año Villanueva se iría de entre nosotros.
Para ser justos, algunos materiales estaban cuidados, sobre todo aquellos que con tino reunió y donó la viuda de Amaro: Blanca, hija de nuestro célebre escritor Alberto Gerchunoff. Así por ejemplo, todos los textos y materiales referidos al lunfardo, se encuentran en el patrimonio de la Academia Porteña del Lunfardo, de la que Villanueva fue fundador. Esta institución colaboró con gran generosidad en esta edición, lo mismo que familiares y el hijo de Blanca Gerchunoff, que hoy vive en Barcelona.
Hablábamos de dispersión. Imaginen las alegrías durante estos años de trabajo que resultaba, cuando semana a semana iban apareciendo papeles, cartas, libros, revistas, fichas, anotaciones, objetos. Leíamos, en la mayoría de los casos por primera vez, textos que nos sorprendían y nos maravillaban y hacían crecer el proyecto. Leíamos y releíamos. Pero estos textos nos guardaban una sorpresa mayor.
Era un descubrimiento: la dispersión era física pero no conceptual. En la diversidad de libros editados e inéditos, de manuscritos, de pequeños y grandes artículos en pequeños y grades diarios y revistas, en fichas, en proyectos inconclusos, en ensayos, estudios, poesías, cuentos, crónicas, cartas, en esa diversidad se vislumbraba y se confirmó una unidad, y una coherencia admirable en su trabajo, se reveló una obra, un proyecto cultural.
De esa unidad, de ese proyecto, pretende dar cuenta esta edición de la obra en tres volúmenes, organizados en un total de ocho secciones, cuyos nombres fueron creados, intentando seguir palabras y frases propias de Villanueva:
Enumero las secciones:
1: Las cosas nuestras: Trabajos alrededor del mate
2. El trabajo de detalle: Ensayos sobre literatura nacional
3. La cobija de las adelfas: El ombú, prólogos y otros escritos literarios
4. El arte de trenzar y de emplumarse: Ensayos sobre historia, sociedad, política y cultura
5. De la piscoira al bramaje: Trabajos sobre el lunfardo
6. El modo de cantar: Poemas, versos y versachos
7. Las cosas por su nombre: Relatos
8. Ni historia ni cuento: un sucedido: Crónicas
Cada una de estas secciones están compuetas por sendos libros, muchos inéditos o inhallables, otros hipotéticos, reconstruidos en la organización del material.
Villanueva se revela como un pionero en los hoy llamados Estudios Culturales, un poeta en búsqueda de la expresión de nuestro pueblo, un defensor de nuestra identidad, un político convencido de la democracia y de la complementariedad de la libertad y la justicia, un animador cultural, un editor, un periodista, un lexicógrafo, un maestro de tertulias, Amaro Villanueva, como lo nombró su amigo Juan L. Ortiz, Un criollo universal.
La edición intenta presentar por primera vez este escritor, presentar sus textos, empezar a estudiarlos, descubrir su método, presentar su rostro adusto y afable al mismo tiempo, vislumbrado en sus retratos. La obra no pretende cerrar un estudio, dictaminar sobre cuál es el lugar y el valor de Villanueva, todo lo contrario, su mayor objetivo es poner a disposición la reunión de estas obras para abrir el estudio, para reflexionar por la vigencia de estas ideas, para situarlo en el presente y en el porvenir. Si esta obra tiene un sentido: ése es abrir una posibilidad.
En algún momento del trabajo de edición pensamos en ponerle un título, un nombre, a estas obras completas. Luego la obra fue creciendo y el nombre pensado para el conjunto terminó titulando la primera de sus ocho partes. Me interesa volver aquí sobre este título:
Amaro Villanueva: las cosas nuestras
“Las cosas nuestras, entidades nada ingenuas en Villanueva”, escribe Sergio Delgado, “erigidas contra todo facilismo colorista, interpelando la inclinación a considerar la proximidad de ciertos bienes culturales como un valor adquirido y no una responsabilidad y, muchos menos, una tarea, se constituyen en una de las claves de acceso a su obra”.
Cuando Villanueva insiste en mirar el pueblo a los ojos, no hay nostalgia ni romanticismo en su mirada. Villanueva se compromete con lo popular, con lo nuestro. De un lado marca el límite a “quienes creen que la tradición tiene que ser una cosa muerta y la sociedad una cosa estática”.
Dice: “La tradición de nuestra cultura no radica [...] en la épica bota de potro, el improvisado chiripá o el perecedero rancho de barro y paja, como algunos ingenuamente pretenden y otros intencionalmente lo malician”.
Por otro lado se distancia de quienes creen que las manifestaciones del pueblo están reñidas con lo bello y lo sublime. Villanueva se apasiona en su convencimiento de que la cultura fructifica en el alma del individuo y madura en el espíritu de la sociedad. Ésa es su utopía democrática.
El Martín Fierro es su modelo en la resolución del problema estético:
Escribe: “Expresión magistral del espíritu argentino, el Martín Fierro comporta ese núcleo radiante de perspectivas que toda cultura reconoce como legítima cepa original, sin que su existencia excluya las nuevas aventuras de la genialidad, pues no se trata de imitar, sino de proyectar a nuevos ámbitos el espíritu rector, dándole digna progenie. Tampoco es el caso de localizar su signo genésico en la rama del arte que lo originó, ni de constreñirlo a su modalidad temporal. La perennidad que lo asiste proviene de su espíritu, que lo inviste de presente en el curso definitivo de nuestra cultura”.
Su utopía está atravesada por la flecha que une, al mismo tiempo, tradición y provenir.
Nos encontramos con que sus ideas no eran una mera declamación: Villanueva también era un militante político y militaba su concepción estética. Por ejemplo, propició una “función activa de los museos”, puesto que no lo conformaba el modelo tradicional, de resguardo de las obras y espera pasiva del público. Festejó en sus crónicas que los museos comenzaran a “sacudirse el polvo”, abriendo el espacio para que “el alma respire”:
Escribe: “Instituciones de un pueblo joven, joven en el único sentido en que pueden serlo los pueblos, por su espíritu y por el impulso con que sus ideas se orientan en el porvenir, nuestros museos no se resignan al papel pasivo del arrinconamiento pasatista y, sacudiéndose el polvo de los días quietos vividos al reparo de las cuatro paredes, se echan a la calle, en ademán resuelto, a hombrear por sus derechos y sus finalidades sociales”.
Podemos claramente advertir la continuidad que existe entre sus nociones museísticas y su labor en torno a la cosas de uso cotidiano, alcanzando su mayor profundidad en los estudios que rondan el mate. “Desempolva” objetos, papeles, recuerdos, expresiones; no para que vayan a morir en un archivo, sino para que en su paso por él encuentren su lugar en la coherencia de una obra que, como pocas, toma muy en serio la problemática de nuestra identidad.
Su mirada creadora “inaugura” un sentido, incluso en las cosas más corrientes. Para Villanueva, la originalidad no está en encontrar lo nunca visto.
Y su concentración en el detalle produce sentido, encuentra razones, devela misterios:
Para ejemplo cito a Pablo Ansolabehere, uno de los colaboradores de la obra:
“Saber los detalles del truco le permite a Villanueva desbaratar las interpretaciones religiosas sobre el número de cantos que componen La vuelta de Marín Fierro. El 'treinta y tres' en el que se planta el cantor en realidad debe ser vinculado con uno de los lances del juego, el envido. Y la relación que el propio cantor establece con 'la mesma edá de Cristo' no tiene que ver con una búsqueda de religiosidad sino, en realidad, con una fórmula poética derivada del truco mismo para acompañar el anuncio de los 33 puntos, el máximo que se puede tener en el envido”.
Y si buscamos ejemplos de la importancia del detalle no puedo saltear la investigación alrededor de un acento en la carta de Hernández a Zoilo Miguens que introduce el Martín Fierro.
Leemos en una carta de Villanueva a César Tiempo (correspondencia incluida en la edición):
“La palabra que me interesa es la última del penúltimo párrafo: 'imaginaran'. En la edición de Tiscornia, esa palabra aparece tal como la escribí, es decir, sin acento. En las ediciones vulgares aparece con acento: 'imaginarán'.Supongo que debe escribirse sin acento, porque así resulta en perfecta concordancia con el sentido general del párrafo en que se la usa. Así, sin acentuar, constituiría un antecedente muy preciso de la –para mí indudable– polémica que dio pie a la creación del Martín Fierro. En ese párrafo está aludido directamente el Fausto y la poesía gauchesca de la época, sobre la cual, al referirse al intento encarado en Martín Fierro, Hernández le dice a Miguens: '… y usted no desconoce que el asunto es más difícil de lo que muchos se lo imaginaran'. En este pasado condicional se envuelve toda una confesión de antecedentes, muy expresiva, como usted podrá apreciarlo. En cambio, al hacer del condicional un futuro –'imaginarán'– todo el antecedente se va al diablo”.
Está demás decir que Villanueva tenía razón. Es “imaginaran”, sin acento nomás.
Su particular mirada le permite conectar estos pequeños detalles con las grandes ideas.
En una serie de escritos destinados a los monumentos de la ciudad, encuentra la decoración en mármol con el motivo de la flor del mburucuyá, o pasionaria. El hallazgo no podía ser mejor, al mirar esta flor, todos comprendemos que la belleza nos puede aguardar en las cosas más familiares y nuestras.
Y para no errarle en cuestión de detalles, destaco de la presente edición el equipo de colaboradores que se conformó. Tengamos en cuenta que hasta ahora no había un estudio de la obra de Villanueva, sólo artículos dispersos. Así que por un lado resalto la importancia de la conformación de un equipo para lograr un trabajo de esta envergadura y por el otro la idea de iniciar con los artículos críticos que componen estas obras completas una lectura sistemática de la obra de Villanueva.
Sergio Delgado, docente investigador de la Université de Bretagne Sud (Francia) dirigió el proyecto y escribió las tres introducciones a cada uno de los volúmenes, conformando el trabajo más completo sobre la obra de Villanueva producido hasta el momento. En la introducción del primer volumen se detiene en analizar los estudios de Villanueva sobre el mate, estableciendo su método como uno de los pioneros en los estudios culturales que conocemos en la actualidad.
El protagonismo de Villanueva en el gran movimiento cultural que vive la provincia en el período de entre guerras es estudiado por Claudia Rosa, de la Universidad Nacional de Entre Ríos, en su artículo “Entre Gualeguay y Paraná”.
Pablo Ansolabehere, de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad de San Andrés, centrándose en los estudios sobre El Martín Fierro y la gauchesca, estudia la relación de Amaro Villanueva y la Literatura Nacional.
El poeta y crítico Daniel García Helder realiza, por primera vez, una lectura del conjunto de la poesía de Villanueva. Digamos al respecto que en vida Villanueva publicó sólo dos libros de versos: Son Sonetos y su primer libro: Versos para la oreja. En esta edición se reconstruye su proyecto poético completo, reuniendo en más de 400 páginas libros éditos, póstumos, inéditos, proyectos, series aparecidas en diarios. Y se pone en relación esta escritura poética con el conjunto de su proyecto narrativo.
También el poeta, crítico y profesor de la Universidad de Barcelona, Edgardo Dobry, realiza otra posible lectura de los poemas de Villanueva, analizando el juego de máscaras que despliega Villanueva en la escritura de sus distintos poemas.
Eduardo Broguet nos ayuda a comprender y establecer el contexto de los Versos gauchipolíticos, escritos por Villanueva en el año 1930.
El profesor Héctor Izaguirre analiza los pioneros estudios lunfardos de Villanueva y su tarea como fundador de la Academia Porteña. Además Izaguirre realiza un glosario de los poemas lunfardos, utilizando como fuente principal el proyecto de diccionario de Villanueva, más de tres mil fichas que aún hoy guardan términos ignorados por distintos registros lexicográficos y que espera su estudio en profundidad.
Villanueva vivió hasta los 27 años en su Gualeguay natal, luego se trasladó a Paraná, donde se estableció durante treinta años y la última década de su vida transcurre en Buenos Aires. Este periplo físico de su estadía puede rastrearse también en sus indagaciones literarias, desde sus primeros versos situados en el campo entrerriano, pasando por sus poemas urbanos, como el dedicado a las calles de Paraná hasta sus trabajos lunfardos, siempre bajo la utopía conductora, la búsqueda de la expresión de nuestro pueblo, la búsqueda de la expresión nacional.
El periodista y profesor de la Universidad Nacional de Entre Ríos Guillermo Alfieri analiza la tarea periodística de Villanueva durante cinco intensos años de labor en la escritura de sus crónicas, y analiza los medios donde se publicaban: El Diario de Paraná y en El Litoral de Santa Fe.
Federico Bibbó, docente investigador de la Universidad Nacional de la Plata y del CONICET, inscribe las crónicas de Amaro Villanueva en la tensión de su doble pertenencia al periodismo y a la literatura.
También intentamos analizar la particular mirada de Villanueva en un recorrido a lo largo de todas su obras, sus preocupaciones editoriales y el cuidado de sus libros, completando un posible retrato de Villanueva con su bibliografía, una cronología y un álbum de imágenes. Además, para establecer los textos, cada volumen cuenta con un importante conjunto de notas y una descripción de los materiales encontrados del Archivo Villanueva.
En anexos se incluyen los artículos más importantes escritos sobre Amaro: leeremos a Luis Gudiño Kramer, Gerardo Pisarello, José Aricó, Luis Soler Cañas, Raúl Larra, Antonio Turi, Delia Travadello, Luis Furlán, Lily Franco, José Portogallo, José Gobello, Juan José Manauta, Carlos Mastronardi, Juan L. Ortiz.
Hoy es el homenaje a Amaro Villanueva. En las ediciones anteriores de esta feria del libro, los homenajeados fueron Juan L. Ortiz y Carlos Mastronardi. De alguna manera se completa un círculo de amigos, todos paridos en los pagos de Gualeguay, generación señera de escritores e intelectuales entrerrianos, que trascendieron fronteras, cada uno con una relación particular con Buenos Aires, pero todos escritores del interior. Mastronardi, cuando despidió los restos de Amaro, presagió que el porvenir recogería con veneración sus libros. Hoy es ese porvenir.
Juan L. Ortiz le dedica el poema “Para Amaro Villanueva. Inclinado sobre la guitarra, solo”.
Así comienza:
En la pieza anochecida las gotas dulces, tenues.
Te encuentro con tu canto, amigo, perdón.
El canto que te devuelve a ti y a la vez te une
a ese otro canto que ahora no se oye pero que palpita por ahí
hasta que pueda acordarse y florecer como una enredadera múltiple
de todos los silencios plenos y felices
o simplemente deseosos de medirse o llamarse.
y concluye:
Una sola es en el fondo, amigo, la voz del canto,
pero hay que preparar las voces, todas las voces, para el que ha de florecer,
inclinados, como tú, un momento, sobre las gotas que suben
de la pura fuente del diálogo, y la ofrenda...
La decisión de editar Villanueva, en lo profundo, tiene la intención de abonar a ese canto que palpita, para que un día florezca, como un mburucuyá, como una enredadera múltiple, voz única y múltiple, flor de pueblo.